jueves, 1 de septiembre de 2022

PEQUEÑO HOGAR

 Por: Astrid Tarazona Zea.



Juan Diego Chocan tenía una familia ignorante. Sus tíos para no “contagiarse” de la discapacidad de síndrome de Down  de sus hermanos, intentaban sacarlos de la habitación más pequeña de la casa. La cual era su único hogar. Seis metros por cuatro. Techo de calamina y piso de ocre. Tal vez no lo tenían todo, pero el amor entre ellos era suficiente.


 

Maritza Cruz era de una familia humilde. Tenía dos hermanos, Alex y José. Fue la única con una discapacidad intelectual. Sin embargo, siempre supo imponerse ante la soberbia y avaricia de sus hermanos. A diferencia de sus hermanos, desde pequeña se encargó de cuidar a sus padres hasta que fallecieron. —¡Solo me van a sacar muerta de esta casa!— exclamó Maritza, una vez, cuando sus hermanos insinuaron querer quedarse con la propiedad de la casa.

 


La relación de los hermanos Cruz empeoró. Pero Maritza intentó continuar con su vida. Trabajó desde que tuvo a su primer hijo, Juan Diego. Lavaba ropa, cosía y limpiaba casas de algunos de sus vecinos. A sus treinta y uno años, su pareja le insistió en tener más hijos. Los doctores le dijeron que tenía mayor probabilidad de que sus hijos tuvieran su misma discapacidad. Y así fue. Concibió, en diferentes años, a María, Carlos y Piero. Su pareja los había abandonado. Así que espero estar para ellos. Sin embargo, recibió una mala noticia. Había sido diagnosticada con cáncer terminal y falleció al año. 

 


De pequeño a Juan Diego se le hacía difícil interactuar con las personas. No hablaba mucho y cuando lo hacía tartamudeaba. Pese a ello, demostraba su amor incondicional a sus hermanos y a su madre. Sufrió mucho cuando ella ya no estaba. Por otro lado, María era su adoración. Los músculos de las piernas de su hermana se fueron atrofiando hasta que a sus 17 años no volvió a caminar. Juan se encargó de cuidarla. La mayoría de los hermanos Chocan sólo estudiaron la primaria. Juan sí terminó el colegio.

 


Alex y José Cruz, al morir su hermana, dijeron que no iban a botar a sus sobrinos de la casa. Pero, solo un año fue suficiente para que se olvidaran de sus palabras. Juan siempre sintió el desprecio que sus tíos sentían hacia sus hermanos por su condición. Los negaban frente a sus conocidos. En él fue creciendo un gran resentimiento. Desde la muerte de su madre, recayó en él una gran responsabilidad. Debía velar por el bienestar de sus hermanos. No tenía un empleo estable. Se dedicaba a pintar casas y a veces hacía algunas puertas de madera. Sus hermanos siempre lo acompañaban.

 


Sus tíos empezaron a intimidarlos. Les cortaban el agua y la luz. Les insultaban. En muchas ocasiones tuvieron que venir los serenos, que fueron alertados por los vecinos. Algunos los ayudaron al ver la injusticia que pasaban. Les brindaban agua y compartían su comida con ellos en ocasiones. Un día, la vecina de la casa de al frente convenció a Juan Diego de comenzar un proceso judicial para adjudicar el terreno como su propiedad.

 


Su ahora amiga, organizó a toda la comunidad para ayudarlo. No fue fácil. Juan al comienzo estaba desanimado. Sabía que el proceso podría durar mucho tiempo. Sería fuerte y paciente. Porque más que una casa, su hogar son sus hermanos.

 


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