viernes, 2 de septiembre de 2022

LA DURA LEY DE LOS TESTIGOS DE JEHOVÁ

 Por: Saúl René Mamani Choquehuanca. 



Mi tío Jorge estaba en el hospital, luego de haber luchado contra el cáncer durante 1 año y medio. Se hallaba en sus últimos días y era visitado por la familia para aliviar el dolor, por la inevitable partida.


Mi padre asistió para conversar y despedirse de su primo, pero a pesar del dolor, a pesar de que la muerte se acercaba, la principal preocupación de Jorge era saber que pronto moriría habiendo roto una promesa con sus hermanos, miembros de la Iglesia de los Testigos de Jehová, quienes le habían mostrado su rechazo luego de haber aceptado una transfusión de sangre, demostrando así que como en toda familia, del amor al odio hay sólo un paso.


Mi padre tenía conocimiento sobre esa regla en algunas religiones, y es que una vez que alguien acepta transfusiones de sangre con el fin de salvar su vida, se está negando a cumplir la voluntad de Dios. Por lo que los testigos de Jehová rechazan estas acciones y rompen en el acto, como ocurrió con mi tío Jorge.


Mi padre le preguntó ¿por qué aceptó la trasfusión de sangre? Si sabía que a la larga se sentiría arrepentido de haber tomado dicha decisión. Y es que, si bien la religión le había brindado tranquilidad y felicidad desde los 37 años, ya con 56 años estaba pagando ese tiempo con la indiferencia de quienes alguna vez lo rescataron del “fondo” en el que se hallaba, acabando así con su espíritu y esperando únicamente su final.


La respuesta de mi tío Jorge fue directa, él no quería la operación, él quería cumplir los votos que realizó en la iglesia, quería cumplir con la voluntad de Dios, y si su voluntad era que muriera, pues lo haría, pero su esposa e hijos no pensaban igual, no querían que se fuera sin antes agotar todas las posibilidades de sobrevivir, sin antes recurrir a lo que estaba a su alcance para seguir viviendo; por lo que le suplicaron que por favor acepte la transfusión de sangre y quimioterapias posteriores.


Mi padre entendió, pues fue testigo de cómo antes Jorge era una persona que no pensaba en los demás, hizo mucho daño a muchas personas, era irrespetuoso y sólo pensaba en sí mismo, hasta que finalmente desapareció. Meses después volvió a comunicarse con la familia, disculpándose con todos, siendo una persona irreconocible, bondadosa y creyente. Tiempo después de su transformación, Jorge conoció una mujer igual de buena con quien posteriormente formaría una familia ejemplar.


Ahora Jorge, estando en una camilla de hospital le decía a mi padre que no le dolía saber, que pronto moriría a pesar de sus esfuerzos y promesas rotas, a pesar de haber luchado por su familia, sino que le dolía pagarle así a la hermandad a la que pertenecía y que lo salvó, pues sin ellos jamás habría recuperado el rumbo ni hubiese tenido una familia tan linda como la que tuvo.


Sin embargo, su cuento de hadas llegó a su fin, a las dos semanas de ese encuentro con mi padre, Jorge finalmente falleció; muchas personas acudieron al funeral, dentro de los cuales pude reconocer al mejor amigo de mi tío Jorge, un hermano de la iglesia que muy probablemente había roto una promesa con la iglesia para poder asistir al último adiós de quien en vida fue su mejor amigo.


Meses después en una reunión familiar estuve conversando largo tiempo con mi primo Esteban, hijo de mi tío Jorge, siempre respetando su privacidad y lo delicado que podría ser el tema de su padre, conversábamos de otras cosas, videojuegos, deportes, estudios y nuestras familias. Aquí fue cuando me comentó que ese “hermano” que tenía mi tío en la iglesia y que asistió al funeral se llamaba Héctor, y que solía visitar constantemente su casa luego del funeral, pidiendo disculpas por su comportamiento y alegando que únicamente seguía las reglas que le exigía la iglesia que le había dado tanto en su vida.


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