Por: Saúl René Mamani Choquehuanca.
Mi tío
Jorge estaba en el hospital, luego de haber luchado contra el cáncer durante 1
año y medio. Se hallaba en sus últimos días y era visitado por la familia para aliviar
el dolor, por la inevitable partida.
Mi padre
asistió para conversar y despedirse de su primo, pero a pesar del dolor, a
pesar de que la muerte se acercaba, la principal preocupación de Jorge era
saber que pronto moriría habiendo roto una promesa con sus hermanos, miembros
de la Iglesia de los Testigos de Jehová, quienes le habían mostrado su rechazo
luego de haber aceptado una transfusión de sangre, demostrando así que como en
toda familia, del amor al odio hay sólo un paso.
Mi padre
tenía conocimiento sobre esa regla en algunas religiones, y es que una vez que
alguien acepta transfusiones de sangre con el fin de salvar su vida, se está
negando a cumplir la voluntad de Dios. Por lo que los testigos de Jehová rechazan
estas acciones y rompen en el acto, como ocurrió con mi tío Jorge.
Mi padre le
preguntó ¿por qué aceptó la trasfusión de sangre? Si sabía que a la larga se
sentiría arrepentido de haber tomado dicha decisión. Y es que, si bien la
religión le había brindado tranquilidad y felicidad desde los 37 años, ya con
56 años estaba pagando ese tiempo con la indiferencia de quienes alguna vez lo
rescataron del “fondo” en el que se hallaba, acabando así con su espíritu y
esperando únicamente su final.
La
respuesta de mi tío Jorge fue directa, él no quería la operación, él quería
cumplir los votos que realizó en la iglesia, quería cumplir con la voluntad de
Dios, y si su voluntad era que muriera, pues lo haría, pero su esposa e hijos
no pensaban igual, no querían que se fuera sin antes agotar todas las
posibilidades de sobrevivir, sin antes recurrir a lo que estaba a su alcance
para seguir viviendo; por lo que le suplicaron que por favor acepte la
transfusión de sangre y quimioterapias posteriores.
Mi padre
entendió, pues fue testigo de cómo antes Jorge era una persona que no pensaba
en los demás, hizo mucho daño a muchas personas, era irrespetuoso y sólo
pensaba en sí mismo, hasta que finalmente desapareció. Meses después volvió a
comunicarse con la familia, disculpándose con todos, siendo una persona
irreconocible, bondadosa y creyente. Tiempo después de su transformación, Jorge
conoció una mujer igual de buena con quien posteriormente formaría una familia
ejemplar.
Ahora
Jorge, estando en una camilla de hospital le decía a mi padre que no le dolía
saber, que pronto moriría a pesar de sus esfuerzos y promesas rotas, a pesar de
haber luchado por su familia, sino que le dolía pagarle así a la hermandad a la
que pertenecía y que lo salvó, pues sin ellos jamás habría recuperado el rumbo
ni hubiese tenido una familia tan linda como la que tuvo.
Sin
embargo, su cuento de hadas llegó a su fin, a las dos semanas de ese encuentro
con mi padre, Jorge finalmente falleció; muchas personas acudieron al funeral,
dentro de los cuales pude reconocer al mejor amigo de mi tío Jorge, un hermano
de la iglesia que muy probablemente había roto una promesa con la iglesia para
poder asistir al último adiós de quien en vida fue su mejor amigo.
Meses
después en una reunión familiar estuve conversando largo tiempo con mi primo
Esteban, hijo de mi tío Jorge, siempre respetando su privacidad y lo delicado
que podría ser el tema de su padre, conversábamos de otras cosas, videojuegos,
deportes, estudios y nuestras familias. Aquí fue cuando me comentó que ese
“hermano” que tenía mi tío en la iglesia y que asistió al funeral se llamaba Héctor,
y que solía visitar constantemente su casa luego del funeral, pidiendo
disculpas por su comportamiento y alegando que únicamente seguía las reglas que
le exigía la iglesia que le había dado tanto en su vida.
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