Por: Thais Celeste Astoquilca Rivera.
“Mi Marcelo no murió por un
accidente, a él lo mataron” De los ojos de Julia ya no caen lágrimas cuando
cuenta la historia de su primer amor. Con 20 años, estaba embarazada y se quedó
sola en una ciudad donde no tenía familia. Ni hogar. Menos un empleo. La pena
tan profunda que vivió la tuvo entumecida incluso cuando dio a luz. “Mi bebé
lloraba y yo lloraba con ella'' es lo primero que dice cuando cuenta su
historia.
Ella estaba en el colegio, cursando
el quinto de secundaria. En ese momento conoció a Marcelo. Él era 6 años mayor
y trabajaba para el Ministerio de Agricultura. Era el hombre de su vida ¡No
escatimaba en gastos para hacerla feliz, era amoroso y respetuoso! “Mami no me he despedido de ti” Un abrazo y
un beso fueron las últimas pruebas de amor antes de su muerte.
Mal
Presagio
Julia estudiaba en el turno nocturno.
Cuando regresó a la casa, no fue una sorpresa para ella no encontrar a Marcelo,
pensó que quizá sus caminos se habían cruzado porque él acostumbraba recogerla
del colegio. Eran más de las 10 pm cuando Julia se alistó para ir a buscarlo.
Abrió la puerta y se encontró con un rostro conocido. Rosa, la asistente social
de la empresa.
¿Por qué tiene usted el pantalón de
mi esposo? preguntó Julia con agitación. La vista de Julia se había enfocado en
la cartera de Rosa, de ella sobresalía un pantalón con una correa. Eran las
prendas de su esposo. Rosa con voz calmada le contó que Marcelo se sintió mal
en el trabajo, con vómitos y fue al hospital. Yo misma he preguntado por su
estado, se pondrá mejor mañana, no se preocupe”. Una vez Rosa dejó su casa,
Julia agarró su abrigo, tomó un bus y fue al hospital.
El
encuentro en el hospital
En una sala de cuidados intensivos
lo encontró. Tenía prohibido pasar, pero en un descuido de un enfermero entró.
Marcelo estaba conectado a muchos aparatos y de su cuerpo salía un tubo que
drenaba líquido negro. Julia quedó estupefacta, tomó su mano y gritando
preguntó ¿Qué te han hecho? Marcelo contesta. Él con los ojos cerrados le dijo
“Mami ve a la casa, no te preocupes, Rosa sabe todo, ella te contará” fueron
sus últimas palabras. Lamentablemente por sus gritos un enfermero la sacó de la
habitación.
La preocupación era tal que, al
bajar las escaleras para salir del hospital, pisó al aire y cayó. Despertó en
una cama del hospital y ya era de mañana. Todo lo vivido la noche anterior le
hizo quitarse de golpe él un suero que le habían puesto y volver a la
habitación donde había encontrado a Marcelo. Cuando llegó, él ya no estaba
allí.
Una señal, como un presentimiento
le hizo caminar por los pasillos del hospital hasta llegar a unas puertas
metálicas. Las empujó y vió filas de mesas y encima cadáveres tapados con
mantas blancas. Algo colgaba de una de las mesas, una medallita de la Virgen de
Chapi que Marcelo nunca se quitaba. Las lágrimas brotaban sin control de sus
ojos, sus gritos no cesaban y sus piernas no pudieron sostenerla más.
Julia nunca creyó que su esposo
había muerto por enfermedad. Y tenía razón. Tres años después, la verdad fue
revelada producto de un encuentro fortuito entre su padre y un excompañero de
trabajo del difunto. El chofer de su jefe, un ser despreciable y lleno de
celos, había premeditadamente acelerado un auto en contra de Marcelo,
apretándolo contra una pared. La sangre salía por todos lados y mientras que
Marcelo era llevado al hospital, trabajadores de la empresa lavaban su pantalón
y baldeaban los pisos. La verdad era otra historia.
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