viernes, 2 de septiembre de 2022

A JULIA NO LE QUEDAN MÁS LÁGRIMAS

 Por: Thais Celeste Astoquilca Rivera.  



“Mi Marcelo no murió por un accidente, a él lo mataron” De los ojos de Julia ya no caen lágrimas cuando cuenta la historia de su primer amor. Con 20 años, estaba embarazada y se quedó sola en una ciudad donde no tenía familia. Ni hogar. Menos un empleo. La pena tan profunda que vivió la tuvo entumecida incluso cuando dio a luz. “Mi bebé lloraba y yo lloraba con ella'' es lo primero que dice cuando cuenta su historia.

 

Ella estaba en el colegio, cursando el quinto de secundaria. En ese momento conoció a Marcelo. Él era 6 años mayor y trabajaba para el Ministerio de Agricultura. Era el hombre de su vida ¡No escatimaba en gastos para hacerla feliz, era amoroso y respetuoso!  “Mami no me he despedido de ti” Un abrazo y un beso fueron las últimas pruebas de amor antes de su muerte.

 

Mal Presagio

 

Julia estudiaba en el turno nocturno. Cuando regresó a la casa, no fue una sorpresa para ella no encontrar a Marcelo, pensó que quizá sus caminos se habían cruzado porque él acostumbraba recogerla del colegio. Eran más de las 10 pm cuando Julia se alistó para ir a buscarlo. Abrió la puerta y se encontró con un rostro conocido. Rosa, la asistente social de la empresa.

 

¿Por qué tiene usted el pantalón de mi esposo? preguntó Julia con agitación. La vista de Julia se había enfocado en la cartera de Rosa, de ella sobresalía un pantalón con una correa. Eran las prendas de su esposo. Rosa con voz calmada le contó que Marcelo se sintió mal en el trabajo, con vómitos y fue al hospital. Yo misma he preguntado por su estado, se pondrá mejor mañana, no se preocupe”. Una vez Rosa dejó su casa, Julia agarró su abrigo, tomó un bus y fue al hospital.

 

El encuentro en el hospital

 

En una sala de cuidados intensivos lo encontró. Tenía prohibido pasar, pero en un descuido de un enfermero entró. Marcelo estaba conectado a muchos aparatos y de su cuerpo salía un tubo que drenaba líquido negro. Julia quedó estupefacta, tomó su mano y gritando preguntó ¿Qué te han hecho? Marcelo contesta. Él con los ojos cerrados le dijo “Mami ve a la casa, no te preocupes, Rosa sabe todo, ella te contará” fueron sus últimas palabras. Lamentablemente por sus gritos un enfermero la sacó de la habitación.

 

La preocupación era tal que, al bajar las escaleras para salir del hospital, pisó al aire y cayó. Despertó en una cama del hospital y ya era de mañana. Todo lo vivido la noche anterior le hizo quitarse de golpe él un suero que le habían puesto y volver a la habitación donde había encontrado a Marcelo. Cuando llegó, él ya no estaba allí.

 

Una señal, como un presentimiento le hizo caminar por los pasillos del hospital hasta llegar a unas puertas metálicas. Las empujó y vió filas de mesas y encima cadáveres tapados con mantas blancas. Algo colgaba de una de las mesas, una medallita de la Virgen de Chapi que Marcelo nunca se quitaba. Las lágrimas brotaban sin control de sus ojos, sus gritos no cesaban y sus piernas no pudieron sostenerla más.

 

Julia nunca creyó que su esposo había muerto por enfermedad. Y tenía razón. Tres años después, la verdad fue revelada producto de un encuentro fortuito entre su padre y un excompañero de trabajo del difunto. El chofer de su jefe, un ser despreciable y lleno de celos, había premeditadamente acelerado un auto en contra de Marcelo, apretándolo contra una pared. La sangre salía por todos lados y mientras que Marcelo era llevado al hospital, trabajadores de la empresa lavaban su pantalón y baldeaban los pisos. La verdad era otra historia.

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