jueves, 1 de septiembre de 2022

UN “TURCO” EN AREQUIPA.

 Por: Sebastián Alejandro Meza Paz.



“Pero aquí es mi tierra. Aquí comemos, aquí vivimos y aquí estamos felices”. Por un momento se le pasó por la cabeza ser jugador de póker y logró la estabilidad económica siendo un experto en el azar, tal como en sus años de juventud, donde siempre después de trabajar por el parque San Camilo, le gustaba ir a jugar. Siempre de traje, la elegancia era una etiqueta en él y recuerdo su característico pañuelo de color rojo, siempre en el bolsillo de su saco plomo, donde guardaba los billetes que ganaba, en pequeños fajos, cuando iba por cigarros a la tienda me pagaba con uno de 20 y ante tal pañuelo, me animé a preguntarle, porque siempre tenía el dinero en algo de color rojo, su monedero también era de ese color. Esperaba que fueran simples coincidencias, me sonrió y me pidió que me acercara para responder me al oído “Para nosotros cada color representa algo diferente. El rojo es la fuerza y el poder” 

Antes de llegar a la urbanización donde pasó sus últimos años de vida. Sus primeros años los pasó en la calle Álvarez Tomas del centro de la ciudad de Arequipa donde tenía una casa por parte de su familia, cerca de la Biblioteca Municipal, llegó a una edad muy joven, me estimaron 22 o 23 años. Era 1935 aproximadamente en una Ciudad Blanca de otra época, le gustaba mucho el tranvía del centro de la ciudad, me comentaba mucho de eso cuando iba a la tienda de mis abuelos, sencillo, alegre y de buenas propinas.

Los trabajos que de por si eran escasos para alguien de su origen, comenzó en un puesto de periódicos, siempre le gustaba leer, sea en un diario o revista, los temas de más actualidad y aunque en ocasiones el trato de las personas   pero ante todo su buen ánimo y buena cara le hicieron salir adelante y aunque era palestino, a todos se les daba por llamarlo “turco” y a él, pues nunca vi que lo corrigiera, ni lo cambio. Siempre nos explicaba que los palestinos de territorios ocupados en el Medio Oriente son la única nación del mundo que no tiene ciudadanía en ningún estado del planeta. Por ello, un palestino no tiene lugar alguno al cual volver. La vida en Arequipa era difícil, aunque siempre dijo: le gustaba bastante. 

La arquitectura colonial de esta ciudad, que tenía para él cierta influencia de su tierra natal, lo hizo familiarizarse con las calles por donde corría de niño. El sol de la Ciudad Blanca fue otro factor predominante, el clima seco de la ciudad. Si para los arequipeños el sol es incómodo y desearía que todos los días el cielo esté nublado. Para algunos es un gran motivo de atracción para venir a la ciudad blanca. El turco decidió que esta era la ciudad, la que lo conectaba con su terruño y la que sería la adecuada para emprender todas aquellas ideas que estaba preparando en su cabeza.

Su esposa era mucho menor que él, aunque ella nunca se animó a decirme por cuantos años, me estimo al menos 12, pero nunca se animó a dar una cifra exacta, la había conquistado con detalles caros, collares y ropas, muy a su propio estilo y una vez que se casaron llegaron a Tahuaycani, donde su señora y 3 de sus 5 hijos viven aún, una casa frente al parque, tranquila, salía siempre a medio día, con sus sillas de plástico, de cerveza arequipeña y mientras su esposa tomaba el sol, él le lanzaba migas de pan a las palomas. Estaba por cumplir 88 años el 10 u 11 de agosto, era mucho mayor que su esposa al momento de casarse 

La última vez que recorrió las calles de aquella urbanización iba a la tienda por unos cigarros rojos. Ahora lo hacía dentro de su féretro seguido en la procesión de vehículos. Loodfi Abdu, conocido como “El turco”. Yo le decía Señor Loofe. Tras varios meses internado en el hospital, perdió la batalla. Martes 12 de julio. 5 a.m. Esa fue la hora en que su esposa, la señora Nora, como yo la conocía, se enteró de lo sucedido. A las 8 am del mismo la vi pasar por la librería, junto a su hermana y su hija, me sorprendió no ver a su hijo. Pero la sorpresa fue mucho mayor al verlo pasar minutos después en su bicicleta, sin estar con ropa de luto. Al preguntarle cómo estaba su padre, él solo respondía que estaba bien. 

Al día siguiente, cerca de las 11 de la mañana, ingresaba una carroza fúnebre. Su hija en el asiento del copiloto sacando el brazo y en su mano una rosa blanca. Se despidió de su casa, su familia y su urbanización. No he vuelto a ver palomas posarse en la puerta de su casa. “Para nosotros cada color representa algo diferente. El rojo es la fuerza y el poder” 

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