Por: Sebastián Alejandro Meza Paz.
“Pero aquí es mi tierra. Aquí comemos, aquí vivimos y
aquí estamos felices”. Por un momento se le pasó por la cabeza ser jugador de
póker y logró la estabilidad económica siendo un experto en el azar, tal
como en sus años de juventud, donde siempre después de trabajar por el parque
San Camilo, le gustaba ir a jugar. Siempre de traje, la elegancia era una
etiqueta en él y recuerdo su característico pañuelo de color rojo, siempre en
el bolsillo de su saco plomo, donde guardaba los billetes que ganaba, en
pequeños fajos, cuando iba por cigarros a la tienda me pagaba con uno de 20 y
ante tal pañuelo, me animé a preguntarle, porque siempre tenía el dinero en
algo de color rojo, su monedero también era de ese color. Esperaba que fueran
simples coincidencias, me sonrió y me pidió que me acercara para responder me
al oído “Para nosotros cada color representa algo diferente. El rojo es la
fuerza y el poder”
Antes
de llegar a la urbanización donde pasó sus últimos años de vida. Sus primeros
años los pasó en la calle Álvarez Tomas del centro de la ciudad de Arequipa
donde tenía una casa por parte de su familia, cerca de la Biblioteca Municipal,
llegó a una edad muy joven, me estimaron 22 o 23 años. Era 1935 aproximadamente
en una Ciudad Blanca de otra época, le gustaba mucho el tranvía del centro de
la ciudad, me comentaba mucho de eso cuando iba a la tienda de mis abuelos,
sencillo, alegre y de buenas propinas.
Los
trabajos que de por si eran escasos para alguien de su origen, comenzó en un
puesto de periódicos, siempre le gustaba leer, sea en un diario o revista, los
temas de más actualidad y aunque en ocasiones el trato de las personas
pero ante todo su buen ánimo y buena cara le hicieron salir adelante y aunque
era palestino, a todos se les daba por llamarlo “turco” y a él, pues nunca
vi que lo corrigiera, ni lo cambio. Siempre nos explicaba que los palestinos de territorios
ocupados en el Medio Oriente son la única nación del mundo que no tiene
ciudadanía en ningún estado del planeta. Por ello, un palestino no tiene lugar
alguno al cual volver. La vida en Arequipa
era difícil, aunque
siempre dijo: le gustaba
bastante.
La arquitectura colonial de esta ciudad, que tenía para
él cierta influencia de su tierra natal, lo hizo familiarizarse con las calles
por donde corría de niño. El sol de la Ciudad Blanca fue otro factor
predominante, el clima seco de la ciudad. Si para los arequipeños el sol es
incómodo y desearía que todos los días el cielo esté nublado. Para algunos es
un gran motivo de atracción para venir a la ciudad blanca. El turco decidió que
esta era la ciudad, la que lo conectaba con su terruño y la que sería la
adecuada para emprender todas aquellas ideas que estaba preparando en su
cabeza.
Su esposa era mucho menor que él, aunque ella nunca se
animó a decirme por cuantos años, me estimo al menos 12, pero nunca se animó a
dar una cifra exacta, la había conquistado con detalles caros, collares y
ropas, muy a su propio estilo y una vez que se casaron llegaron a Tahuaycani,
donde su señora y 3 de sus 5 hijos viven aún, una casa frente al parque,
tranquila, salía siempre a medio día, con sus sillas de plástico, de cerveza
arequipeña y mientras su esposa tomaba el sol, él le lanzaba migas de pan a las
palomas. Estaba por cumplir 88 años
el 10 u 11 de agosto, era mucho mayor que su esposa al momento de casarse
La
última vez que recorrió las calles de aquella urbanización iba a la tienda por
unos cigarros rojos. Ahora lo hacía dentro de su féretro seguido en la
procesión de vehículos. Loodfi Abdu, conocido como “El turco”. Yo le decía
Señor Loofe. Tras varios meses internado en el hospital, perdió la batalla.
Martes 12 de julio. 5 a.m. Esa fue la hora en que su esposa, la señora Nora,
como yo la conocía, se enteró de lo sucedido. A las 8 am del mismo la vi pasar
por la librería, junto a su hermana y su hija, me sorprendió no ver a su hijo.
Pero la sorpresa fue mucho mayor al verlo pasar minutos después en su
bicicleta, sin estar con ropa de luto. Al preguntarle cómo estaba su padre, él
solo respondía que estaba bien.
Al
día siguiente, cerca de las 11 de la mañana, ingresaba una carroza fúnebre. Su
hija en el asiento del copiloto sacando el brazo y en su mano una rosa blanca.
Se despidió de su casa, su familia y su urbanización. No he vuelto a ver
palomas posarse en la puerta de su casa. “Para
nosotros cada color representa algo diferente. El rojo es la fuerza y el
poder”
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