lunes, 29 de agosto de 2022

“UN DOLOR DE CRECIMIENTO”

 Por: Carlos Rafael Choquehuanca Palomino.


“Es solo un dolor de crecimiento”, fue lo que le dijeron los médicos en el hospital de Espinar. Fredizon un adolescente reservado aceptó el diagnóstico con alegría, después de todo, según los doctores que lo vieron, se vería más alto. Las vacaciones de verano llegaron y el dolor en la rodilla incrementó, ante la insistencia de su madre buscaron una segunda opinión, le hicieron otras pruebas, esta vez en Arequipa, el resultado, un osteosarcoma, para entenderlo mejor, “cáncer en el hueso”. Una enfermedad que lo mató. 

¿Qué sabes de Fredizon? ¿Se cambió de colegio?, eran preguntas comunes en el quinto “B”, solo semanas después lo supimos, nuestro compañero, esta vez sin cabello y cojeando, nuevamente ocupaba una carpeta en la parte de atrás de nuestro salón. En ocasiones, volteaba el cuello a la derecha y veía como de forma silenciosa se oprimía el pecho, cerraba los ojos e intentaba dar un respiro profundo para aliviar el dolor. De forma gradual, como el cáncer, las inasistencias de Fredizon se hacían más frecuentes. En una conversación, me explicó que era porque las quimioterapias tienen un calendario complicado, a pesar de eso nunca dejó de ser un buen amigo. Es probable que al inicio haya tenido esperanzas, pedía los cuadernos de los demás para poder igualarse.

Curiosamente después de que haya perdido cabello por las quimioterapias, este comenzó a crecer nuevamente como si fuese de un bebé, le molestaba un poco que sintiéramos pena, detestaba que le cambiemos el tono de la voz para preguntarle como estaba, él mismo quería participar de las “pichangas” del recreo.  Un día, recuerdo haber llegado tarde al colegio, vi dos muletas, un cuerpo que había perdido peso y el pantalón zurcido de una pierna, no era el momento de hacer preguntas. En el recreo, de alguna manera, él adivinó lo que un grupo de muchachos inmaduros querían saber, nos reunió para contarnos que el cáncer es como un grupo de hormigas que se van propagando por todo el cuerpo y que, en su caso, tenían su nido en la pierna que le cortaron. 

Más o menos dos meses después, una bolita en el pulmón y otra en el hígado, presagiaron el final. Se cansó de estar en el hospital, decidió pasar más tiempo con su familia, la morfina le permitía camuflar el dolor. Sus ojos se notaban dormilones, en su respiración sonaba resignación, una semana antes de verlo por ultima vez, fui al seguro a visitarlo y me preguntó: ¿Si alguien tiene mucha fe, puede curarse?

 La mañana en que se despidió, la directora nos ordenó que fuéramos al laboratorio, antes de eso habíamos preparado una bienvenida especial con música y danzas, pero él se negó a participar y prefirió entrar de forma apacible y silenciosa, cuando abrimos la puerta, ahí estaba él, más blanco que nunca y en silla de ruedas. Primero confesó su amor a una compañera, después se refirió a cada uno de mis compañeros por su nombre, nos recomendó valorar cada respiración, aprovechar las oportunidades. Hasta ese día esos consejos solo eran clichés para mí. Lo de Fredizon fue cáncer, lo que yo experimenté al escucharlo, fue “Un dolor de crecimiento”. 

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