sábado, 27 de agosto de 2022

LOS HOMBRES SON UNA MIERDA

 Por: Flor de María Barrios Carbajal.


  “Los hombres son una mierda” era una de las frases que mi vecina Francesca repetía una y otra vez, desde que su esposo la engañó y abandonó. Ella era de carácter fuerte, trabajadora, renegona, de tez trigueña y negro cabello rizado. Aún recuerdo la noche en la que salió muy apurada de su casa, en busca de su marido con su pequeño hijo de 2 años. Grande fue su sorpresa cuando encontró a su esposo conviviendo con otra.

Quedó impactada. Se dedicó a trabajar todo el día y dejaba a sus hijos con las vecinas. Con el pasar de los meses, comenzaron las alucinaciones y delirios. Poco después comenzó a gritar en las calles, a las personas que transitaban por ahí. Acabó en un hospital y sus hijos a un albergue.

Todo esto sucedió hace aproximadamente 15 años antes de padecer la esquizofrenia, una enfermedad mental que se apoderó de Francesca, mi vecina. Ella, era una mujer normal. Trabajaba desde el alba hasta el anochecer. Era la única que aportaba al hogar, una mujer muy trabajadora. Su conyugue, Manuel, era de estatura mediana de tez trigueña y cabello negro estaba desempleado, un vago a los ojos de los vecinos, en aquel entonces sus roles estaban invertidos.

Luego de quedar embarazada de su segundo hijo, le consiguió un trabajo en la mina. Fue entonces que ella dejó de trabajar y todo transcurrió de forma tranquila. Su esposo regresaba y volvía de la mina. Sin embargo luego de un tiempo, él cada vez más se ausentaba. Angustiada, fue a la casa de sus suegros para pedirles que cuidaran de su pequeña hija mientras ella buscaba a su marido, con el temor de que algo le hubiese sucedido. Una noche salió con su pequeño hijo de 2 años y tomó el primer bus a la costa, lugar en donde se encontraba la mina, grande fue su sorpresa cuando encontró a su esposo conviviendo con otra mujer.

Fue el inicio de su infierno a la locura… Nunca consiguió un bus de regreso. Caminó sin rumbo fijo. Un chofer se compadeció y la trajo de vuelta. Se puso a trabajar, salía muy temprano y dejaba a sus hijos con las vecinas que tenían hijos de la misma edad para que le hagan el favor de cuidarlos. A veces comía. La ira del desengaño la mató poco a poco, su salud se fue deteriorando en el mismo lapso.

Comenzaron las alucinaciones. Su esposo en la casa. Todo normal, pero la locura era inevitable. Luego comenzó a gritar en la calle. Recuerdo que siempre repetía “Los hombres son una mierda” y luego comenzaba a gritar a quien pasaba a su lado. Acabó en el hospital y sus hijos a un albergue.

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