Por: Flor de María Barrios Carbajal.
“Los hombres son una mierda” era una de las frases que mi vecina Francesca repetía una y otra vez, desde que su esposo la engañó y abandonó. Ella era de carácter fuerte, trabajadora, renegona, de tez trigueña y negro cabello rizado. Aún recuerdo la noche en la que salió muy apurada de su casa, en busca de su marido con su pequeño hijo de 2 años. Grande fue su sorpresa cuando encontró a su esposo conviviendo con otra.
Quedó impactada. Se dedicó a trabajar todo el día y dejaba a
sus hijos con las vecinas. Con el pasar de los meses, comenzaron las
alucinaciones y delirios. Poco después comenzó a gritar en las calles, a las personas
que transitaban por ahí. Acabó en un hospital y sus hijos a un albergue.
Todo esto sucedió hace aproximadamente 15 años antes de
padecer la esquizofrenia, una enfermedad mental que se apoderó de Francesca, mi
vecina. Ella, era una mujer normal. Trabajaba desde el alba hasta el anochecer.
Era la única que aportaba al hogar, una mujer muy trabajadora. Su conyugue,
Manuel, era de estatura mediana de tez trigueña y cabello negro estaba
desempleado, un vago a los ojos de los vecinos, en aquel entonces sus roles
estaban invertidos.
Luego de quedar embarazada de su segundo hijo, le consiguió
un trabajo en la mina. Fue entonces que ella dejó de trabajar y todo transcurrió
de forma tranquila. Su esposo regresaba y volvía de la mina. Sin embargo luego
de un tiempo, él cada vez más se ausentaba. Angustiada, fue a la casa de sus
suegros para pedirles que cuidaran de su pequeña hija mientras ella buscaba a
su marido, con el temor de que algo le hubiese sucedido. Una noche salió con su
pequeño hijo de 2 años y tomó el primer bus a la costa, lugar en donde se encontraba
la mina, grande fue su sorpresa cuando encontró a su esposo conviviendo con
otra mujer.
Fue el inicio de su infierno a la locura… Nunca consiguió un
bus de regreso. Caminó sin rumbo fijo. Un chofer se compadeció y la trajo de
vuelta. Se puso a trabajar, salía muy temprano y dejaba a sus hijos con las
vecinas que tenían hijos de la misma edad para que le hagan el favor de
cuidarlos. A veces comía. La ira del desengaño la mató poco a poco, su salud se
fue deteriorando en el mismo lapso.
Comenzaron las alucinaciones. Su esposo en la casa. Todo
normal, pero la locura era inevitable. Luego comenzó a gritar en la calle.
Recuerdo que siempre repetía “Los hombres son una mierda” y luego comenzaba a
gritar a quien pasaba a su lado. Acabó en el hospital y sus hijos a un
albergue.
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