Por: Juan José Santy Cusiatan.
Seguimos transitando en el tiempo y nos toca jugar con la inmortalidad. José, decidió apropiarse de esa condición de finitud, determinando el modo y el momento de su muerte, yo era un suicida. Mi madre experimentó una escena de escalofrió y profunda tristeza. Una madrugada de diciembre, intenté lanzarme desde cuarto piso de mi casa, pero una mano en la cintura impidió una tragedia familiar. Era ella reaccionando a una situación donde alguien quería arrebatarle lo más preciado de su vida, su hijo.
Un sábado al amanecer me encontraba en una fiesta, cuando de un arrebato salí a la calle. No tenía dinero, de modo que caminé hacia mi hogar, que no andaba muy lejos. Por el camino la idea de suicidarme se hizo inmensa en mi cabeza, creció hasta ocuparlo todo. Entonces me imaginé muerto y por un instante sentí un gran alivio. Todo mi dolor había desaparecido. Es la solución, me dije.
El fin estaba claro, morir. Así que lo dejé todo en manos del destino, o mejor dicho de mi laguna mental. Llegué a casa, subí al cuarto piso y sólo tomé acción, no me detuve, nadaba en una absoluta sensación de irrealidad. Es curioso, mientras miraba el vacío no sentía miedo, pero cuando llegó mamá a mi cuarto, me invadió la cobardía. Me lanzó contra el suelo, se montó encima de mío y me agarró las manos, nunca me soltó hasta quedar dormido.
Antes de intentar desaparecer, tenía que haber acudido a ella, pues habría encontrado alguna solución a mis incertidumbres, pero no quise que cargara con mi mochila llena de mierda, porque ella no se merecía más dolor y suplicio. Quise protegerla y acudí a otras personas. Ahora me doy cuenta de que mi decisión me arrastró al abismo y me la llevé también a ella. Cómo pude ser tan tonto.
Fue un acto impulsivo, irracional, desesperado, un acto que creía iba a solucionar todos mis problemas, los cuales ahora considero absurdos. Ignoraba que en realidad podría haber causado muchos más contratiempos, ¿qué sería de mi padre y de mis hermanos? ¿qué sería de mi madre? ¿Cómo afectaría la muerte de su hijo menor?
Ya hace un tiempo mi sonrisa había desaparecido, poco a poco dejó de dibujarse en mi cara. Lloraba, pero no de forma intensa, ni amarga, ni mucho menos escandalosa, simplemente rodaban lágrimas por mis mejillas, se escapaban, era la única manera que mi cuerpo expresaba un grito y rompía su silencio.
Callé, pero cuando reuní el valor suficiente para pedir ayuda, lo hice y no me la dieron. Y eso que se les llenaba la boca diciendo ‘cuenta conmigo’, ‘ya sabes dónde estoy’, ‘todo se va a solucionar’. Perdí toda esperanza en las personas.
Y así fue pasando el tiempo. Poco a poco dejé de compartir momentos con mi familia. Era una sombra que vagaba por la casa, apenas iba a la universidad. Me encerraba en mi habitación, me tumbaba en la cama y me pasaba las horas muerto de miedo y no sabía por qué.
Con esto no quiero decir que mi intento de suicidio sea culpa de esos egoístas y una falsa atención basada en su propio beneficio, para limpiar su sucia conciencia. No, no me intenté matar porque ellos no me hayan ayudado. Me intenté matar porque no he sabido gestionar mis emociones, porque no he sabido vivir con mis ausencias, porque no he logrado ver lo bueno en todo lo que me rodeaba.
Seguro que me moriré muy pronto, pero no mientras mi madre siga viva. No quiero hacerla sufrir más. Sé que aún vive muy angustiada por mí. Y las veces que se acerca a consolarme e intentar sostenerme, me llena de vida.
Quizás jamás se dará cuenta de lo importante que fue esa mano en mi cintura en un cuarto piso, no sé cómo consiguió sacarme de ese tormento, mi espíritu recobró el color de otro tiempo. Volví a sonreír por mi padre, mi madre, mis hermanos y por mi vida.