Por: Miguel Angel Farfán Rodríguez.
“Aquí no hay tiempo ni de
llorar, cuando eres migrante y tienes que hacer el día apenas sobrevives con 15
soles diarios (…) Tienes que ponerte una máscara y seguir luchando el día a día
para completar y juntar el poco dinero que necesitas, es un asunto de
supervivencia, donde no cabe más nada sino trabajar, no hay otra opción”,
comenta Alixe resignada al abuso laboral que vivió en sus primeros años en las
duras calles de Lima. Con 43 años tuvo que huir de Venezuela por denunciar la
doble moral del gobierno de Nicolás Maduro. Ser una mujer transexual migrante
agravó su situación y durante 6 años tuvo que soportar todo tipo de maltratos y
abusos. Una violencia sin sentido que la orilló a vivir con el hecho de no
saber si mañana seguiría viva…
“He sufrido más
discriminación por ser una mujer trans que por ser una migrante venezolana
desde que llegué al Perú”, es decir, las condiciones de vida se agravan aún más
siendo una persona trans, “es como que ambos tengamos un par de dados y el de
ellos tenga varios números para lanzar y el mío solo tenga el número uno, por
más que lo lance mil veces me sigue saliendo el uno, entonces las condiciones
para nosotras las personas trans son más cuesta arriba” explica. “Las personas
lamentablemente asocian tus capacidades cognitivas con la imagen que se hacen
de ti, de lo que pueden ver en el exterior” agrega, recordando las decenas de
veces que la rechazaron sin mayor explicación.
De nada le sirvió más de
15 años de experiencia en medios de comunicación, ni sus valores, ni su
educación, ya que, al buscar trabajo, lo único que en verdad importó fue su
apariencia. “Conozco muchas personas migrantes que no son trans que fácilmente
pueden tener incluso hasta 2 trabajos, el hecho de poder relacionarse sin la
barrera de la imagen, les permite acceder a un ingreso relativamente mejor”
enfatiza. Aun así, Alixe nunca dejó de intentarlo, salió adelante en lo que
ella denomina un “sistema cuadrado” que excluye a la diversidad a vivir en las
condiciones más duras al no cumplir con las expectativas que la sociedad espera
comúnmente.
Alixe a pesar de todo ha superado
con mucho dolor las expectativas de vida de su comunidad que, para la región
latinoamericana, la esperanza de vida de una mujer trans es de 30 a 35 años.
Sin embargo, no ha sido ajena a la muerte ya que, “varias compañeras, debido a
que no tuvieron el acceso a su tratamiento o a que lo abandonaron, fallecieron
sufriendo bastantes complicaciones” comenta, refiriéndose a las pérdidas que
tuvo que vivir desde que llegó y durante la pandemia, donde los derechos a la
salud de Alixe también fueron violentados en múltiples ocasiones al no recibir
un trato igualitario.
“Un día tuve que acudir a
un centro de salud porque tenía una fuerte gripe y muchos días de fiebre, era
la primera vez que vivía un invierno, y yo trabajaba en la calle vendiendo
caramelos en autobuses. Me vi obligada a ir a un centro de salud, aunque pagué
mi consulta simplemente se limitaron a ponerme un aparatito en el dedo. Varias
veces me los pincharon, yo no sabía para qué. Resultó que me hicieron pruebas
rápidas de VIH sin mi consentimiento” recuerda Alixe con mucha impotencia,
“igual no me atendieron y me sacaron del centro de salud con la fiebre sintiéndome
mal, con los dedos pinchados y con cajas de condones, y de lubricantes, y
además con una sonrisita estúpida que nunca entendí de parte de la enfermera
(…) fue terrible para mí, me sentí tan mal como persona, yo realmente estaba
mal y no se compadecieron. Qué triste me sentí y cuan sola me sentí el hecho de
no tener ningún apoyo, nadie que me escuchara”, finalizó.
Como
Alixe, a diario decenas de mujeres trans migrantes reciben todo tipo de
violencias y señalamientos. Algunas viven para seguir luchando dejando
lecciones de coraje y valentía, para que las siguientes generaciones no pasen
por lo mismo. El viaje de Alixe aún no ha llegado a su fin, hoy inspira con su
lucha y activismo a que su historia no se replique más.
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