lunes, 29 de agosto de 2022

UN PROFESOR SIN SUERTE

 Por: Andrea Alexandra Ramirez Ataucuri. 


Los constantes dolores de cabeza fueron avisos de la enfermedad. Ha pasado un mes desde que mi papá sufrió un accidente cerebro vascular (ACV) o también conocido como infarto cerebral. Una enfermedad que se produce por un coágulo sanguíneo que obstruye la circulación de sangre y oxígeno al cerebro. En cuestión de minutos las células del cerebro comienzan a morir.

 

Mi papá se llama Manuel. Él ha sido docente de matemáticas toda su vida. Él trabajaba y vivía en Mollendo. Estuvo solo el día del accidente. Lo colocaron en observación un tiempo, le hicieron una prueba de descarte de COVID19 y le dieron pastillas básicas. El procedimiento médico no fue el correcto hacía mi papá, lo mandaron a casa con pastillas para la presión y el colesterol elevado. Ni internaron a mi papá, ni solicitaron tomografías y tampoco lo llevaron a otro centro de salud por ambulancia. Tiempo después, me enteré que debieron haberlo trasladado e hospitalizado inmediatamente.

 

Mi familia siempre ha sido unida, sin embargo, debo admitir que vivir una situación como ésta nos conectó más. Mis tíos dejaron de lado sus diferencias y empezaron a trabajar en equipo. Mi tía Zaida estuvo a mi lado siempre. Todos mis familiares se juntaron para comprar una silla de ruedas a mi papá. Nos unimos.

 

En Mollendo no hay cardiólogos y neurólogos especializados. El centro de salud es ineficiente y descortés. El personal de salud fue insensible e indiferente con mi familia. Recuerdo ver a mi hermana y abuela llorar por una copia de la orden de análisis para mi papá (él había perdido todos sus papeles). Fueron días complicados. El infarto cerebral dejó a mi papá con una hemiplejia izquierda, disartria leve y con una leve desconcentración.

 

Pasó bastante tiempo para que el hospital nos diera el traslado a Arequipa. Fueron inmensas las reuniones con neurólogos. La doctora Medalith fue la primera neuróloga en revisar a mi papá. Ella me comentó que el tiempo fue fundamental. Soltó entonces unas palabras que retumbaron en mi cabeza “Posiblemente no pueda volver a mover su brazo” “¿Por qué no lo trajiste antes?” palabras que mencionó mirándome a los ojos. Entonces, la posible culpa no me dejaba dormir.

 

Debo admitir que empecé a culparme por lo que había sucedido, hasta el día de hoy mi mente no está tranquila. Dentro de creció una desconfianza por todo profesional médico y una inseguridad atroz. Empecé a dudar de todo los doctores que revisaban a mi papá. Dude de las pastillas, los exámenes e incluso de los resultados.


El Doctor Enrique Salcedo Calderón me comentó que mi papá había sufrido negligencia médica en Mollendo. “Inmediatamente debieron traerlo por ambulancia” “No le dieron ni anticoagulantes, alteplasa, nada”, “Debieron exigir una movilidad especial” fueron las palabras del doctor.

 

La mayoría de doctores que se reunieron conmigo concluyeron en lo mismo: “El tiempo fue clave, no va a volver a mover el brazo”. Más adelante, mi papá se enteró de todo, incluso la neuróloga Diana Pampa le aconsejó jubilarse. Palabras directas, sin tapujos, sin empatía. Palabras que chocaron en él, ya que, al día siguiente no quiso continuar con su terapia física.

 

Durante muchos días mi papá empezó a decir: “Por las puras gastas, no me voy a recuperar” o “¿No dicen que debo jubilarme?”. Poco a poco le quitaron su fe y voluntad. ¿No es acaso un doctor el responsable de salvar una vida? ¿No deberían motivarnos a salir adelante?. Realmente, ¿Existen buenos doctores? Supongo que sí, pero mi papá no tuvo suerte.


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