viernes, 2 de septiembre de 2022

UNA CONFESIÓN TARDÍA

 Por: Mónica Idme Cutipa. 

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Mónica, nunca te dije esto, pero a mí me gustabas cuando estábamos en inicial". Paul, sonriente, tímido, un poco vacilante, ocultó su mirada. Después de haber soltado, luego de 10 años, aquella inusitada revelación. Actualmente no sé nada de él, a pesar de vivir a unas cuadras de su casa. Hoy cada quien sigue su camino.



Nuestros compañeros y amigos, se quedaron intrigados. Sus reacciones fueron inmediatas, hubo parpadeos repetitivos, esperaban que él o yo digamos algo más. El silencio se apoderó del salón. Por momentos se veía como Paul despegaba su rostro de la mochila, como para encontrar alguna expresión mía. Sin embargo, no expresé absolutamente nada, me quedé callada y tan solo atiné a sonreír, como evitando que me preguntará si yo había sentido lo mismo. Éramos niños, de cinco años, ¿se puede sentir algo a esa edad?


Aquella mañana del día lunes, la maestra de taller de cuero y calzado, había tenido percances, por lo cual estábamos solos, hablando de temas relacionados al colegio. Las preguntas no se tardaron y pronto pronunciaron: ¿ustedes ya se conocían antes? Pues claro, ellos no sabían que fuimos amigos de pequeños, y que esa amistad se perdió, porque no nos volvimos a ver durante la época escolar, primaria y parte de la secundaria.


Los chicos continuaron con el interrogatorio, y al notar mi silencio, Paúl sabiendo lo que había generado, empezó a contar que estudiamos juntos en el kínder, éramos bastante unidos, íbamos y regresábamos casi siempre juntos, nuestras madres eran amigas, las casas eran relativamente cercanas. Poco a poco fue contando algo que llamó mi atención, puesto que mencionó que tenía una foto de nuestra clase, donde salíamos juntos, en ese preciso momento nuestras miradas se cruzaron y esta vez mirándome fijamente, precisó que rayo con lapicero a todos nuestros compañeros a tal punto que solo se notará nuestros rostros, para posteriormente dibujar un corazón, como marco.


Mientras pronunciaba aquello, me di cuenta que empezó a ruborizarse, su voz fue un poco temblorosa y risueña. Me quedé totalmente sorprendida, inmóvil, no me atreví a decirle algo, y cuando sentí las miradas, sonreí por inercia.


Cualquiera pensaría que no me importó lo que dijo, pero lo cierto es que ya había pasado varios años, y aquel afecto que hubo, fue a ese niño con el cual compartí momentos agradables y no el joven con quien estaba volviendo a entablar una amistad después de haber perdido totalmente la comunicación. Además, yo estaba en una relación sentimental y él había concluido una. Había pasado mucho tiempo, 10 años, y eso es mucho tiempo

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